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"Es la mundanidad humana la que salvará a los hombres de los peligros de la naturaleza del hombre"
Hannah Arendt

30 abril, 2014

Una pedagogía del dolor I: La letra revolucionaria con sangre entra


 
Si hay algo sagrado, ese es el cuerpo humano
Walt Whitman

El espesor del cuerpo, lejos de rivalizar con el del mundo, es, por el contrario, el único
medio que tengo para ir hasta el corazón de las cosas, convirtiéndome en mundo y
convirtiéndolas a ellas en carne.
Maurice Merleau-Ponty

JUAN CRISTÓBAL CASTRO

I
           "Quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar”, explica Jean Améry en Más allá de la culpa y la expiación. No dejo de repetir en silencio esas palabras desde finales de febrero del 2014 cuando me enteré a través de un canal internacional, con ese sensacionalismo tan lastimero y repugnante de la cultura del espectáculo, que varios estudiantes en Venezuela, chicos entre 19 y 25 años, habían sufrido ese castigo abrupto y desmedido en su país, en su “patria”, su “hogar” nacional.
La idea de Améry del “hogar” corrompido por un dolor inducido que nos aliena de nuestra piel y órganos, es clave. ¿No es después de todo nuestro cuerpo el primer lugar de residencia que tenemos, un frágil territorio de percepciones variadas que vamos ordenando con dificultad porque sabemos que en cualquier momento nos abandona en la enfermedad, la locura, la vejez o por supuesto la muerte?
El cuerpo no es algo que se tiene, como un objeto, sino es algo en donde se está; decía Merleau-Ponty una bella frase: “mi cuerpo está hecho de la misma carne del mundo” (260). Y estamos en él en un difícil equilibrio, buscando armonizar fuerzas dispares, movimientos continuos, sensaciones heterogéneas. Por eso es “como un puro espíritu”, recuerda Jean Luc Nancy, que “se contiene por entero a sí mismo y en sí mismo, en un solo punto”; y tan es así, que si se “rompe ese punto, el cuerpo muere”.
Ese “estar” es lo que se violenta en la tortura; disloca su “punto de equilibrio”. La palabra viene del latín y significa “torcer” y “retorcer”, verbos que marcan un resquebrajamiento. Los griegos la institucionalizaron como un medio legal para obtener una confesión por parte de esclavo o extranjero;  dudaban de la veracidad de su testimonio pues éste no “habitaba” la ciudad; le llamaban “básanos” que significa “verificación”.
Aristóteles muestra que la diferencia entre el amo y el esclavo radica en que el primero posee el logos mientras que el segundo, si bien es capaz de razonar y hablar, no es dueño de sus pensamientos. Así se justifica la tortura: al no tener propiedad sobre su conciencia y ser mero cuerpo de trabajo que sirve al amo, el esclavo o extranjero puede ser sometido a la fuerza para sacar de él la verdad. Dicho de otro modo, si el esclavo es parte del cuerpo del amo, según argumenta el filósofo, entonces su verdad reside en sus órganos, no en su razón, cosa que dio pie a la justificación de esta práctica.
Así siguió en Roma. El Digesto de Justiniano evidenciaba cómo se usaba como un método de prueba. Después, en la Edad Media, la Iglesia lo empezó a usar siguiendo las pautas del derecho romano; en Los Fantasmas de Goya de Milos Forman se muestra cómo lo usaba la Inquisición como vía para llegar a la “verdad”; de hecho, en un giro fenomenal de la trama ponen al mismo Lorenzo Casamares, inquisidor que promovía su uso para obligar a la gente a confesar, a dar precisamente una confesión falsa sometido bajo su influjo.
El primer artículo de la “Declaración contra la tortura” que fuese aprobada en una reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1975  la define como “todo acto por el cual se inflige intencionadamente un intenso dolor o sufrimiento, físico o mental, por, o a instigación de, un funcionario público, a una persona para fines tales como obtener de ella o de un tercera persona una información o confesión, castigarla por un acto que ha cometido o intimidarla, a ella o a otras personas” (http://www.un.org). De ello se deduce que no sólo se hace con la intención de obtener una confesión, tal como sucedió en gran parte de los países de Occidente, sino que también se hace como “castigo”, o “intimidación”, tal como parece haber sucedido en estos últimos tiempos en Venezuela.
Tres violencias enmarcan este acto en la Venezuela actual. El primero es el del dolor físico causado a una persona inocente; nada más y nada menos que un estudiante. El segundo es el de la contradicción: un supuesto proyecto “humanístico” que justifica esa forma de proceder, y que tanto criticó las represiones del pasado para caer en algo hasta peor. El tercero es el del silencio; la complicidad que ha tenido de personas de afuera y de adentro, que uno en una época respetaba, para no afrontar el dilema y la responsabilidad que ello acarrea. Y el cuarto es el del ocultamiento de los hechos por parte de las instituciones judiciales.
Por eso quisiera pensar mejor las implicaciones de ese acto, que pone en evidencia la crisis de nuestra capacidad de hacer “mundo común” entre los venezolanos. Me permito hacer algunas reflexiones.

II
“La educación es esencial para llevar el humanismo teórico a lo práctico", señaló Hugo Chávez en un encuentro con los egresados del Programa Nacional de Formación de Educadores de la Misión Sucre en el 2009. Sabemos que su empresa revolucionaria llevó como consigna esa noción para restablecer la “dignidad humana” en una visión para muchos novedosa de ciudadanía, con una de las constituciones más importantes en cuanto al tema de la defensa de los derechos humanos y un discurso latinoamericanista reivindicador. 
Pero por otro lado siempre tuvo como críticos varios sectores que nunca se sintieron identificados con sus propuestas, entre ellos muchos estudiantes de colegios privados y públicos, de universidades del Estado y del sector empresarial. ¿Qué hacer, pues, con esos otros “estudiantes” que no quisieron pertenecer a esa comunidad? La respuesta es compleja por la variedad de casos que se pueden citar. Sólo me interesa rastrearla en la labor que llevó a cabo su sucesor principal en estos tiempos oscuros.
Se habla de ochenta denuncias de casos de tortura ante la fiscalía, porque ante el Foro Penal Venezolano el número es de quinietas. A algunos estudiantes los obligaron a caminar desnudos en las calles para humillarlos, a otros los quemaron con destornilladores calientes, otros recibieron descargas eléctricas e incluso otros fueron obligados a comer sustancias putrefactas o con excrementos; de igual manera, a casi todos ellos se les robó prendas y objetos personales. Sorprende también cómo han sido víctimas estudiantes de bachillerato; en Mérida por ejemplo apresaron a tres menores de edad de sectores populares que estaban cerca de las protestas y los retuvieron por tres días golpeándolos salvajemente.
Ha habido torturas de todo tipo. Las psicológicas han consistido en amenazarlos con violarlos, asesinarlos, mutilar sus extremidades, quemar sus cuerpos. En el caso del señor mayor de edad, Pierluigi Di Silvestre, se le obligó escuchar cómo torturaban a estudiantes en el cuarto contiguo; de igual modo se le separó de sus hijos y después se le hizo estar presente para observar cómo los golpeaban de forma inclemente. Las físicas han consistido, como he mencionado antes, en inducir distintas formas de dolor, en algunos casos buscando confesiones, incluso falsas. A Marco Coello por ejemplo le presentaron una declaración ya redactada en el que lo hacían responsable de hechos que no cometió y por negarse a firmarla “lo llevaron a un cuanto oscuro, le envolvieron el cuerpo con goma- espuma, le pusieron tirro para sujetar la goma la espuma a su cuerpo y le colocaron también tirro alrededor del cuello”. Después, “lo golpearon repetidamente con bates, palos del golf y extinguidores” y “le dieron tres choques eléctricos y patadas” (Segundo Informe de la Universidad Católica).
Todo se da en un momento difícil. Se habla de cuarenta muertes, algunas de ella de estudiantes que recibieron tiros en la cabeza presuntamente por grupos de la inteligencia secreta (SEBIN) o por organizaciones parapoliciales, fracciones armadas de algunos "colectivos". Más de dos mil personas trescientas retenidas, una cifra espeluznante en la historia nacional, un político y dos alcaldes presos sin juicio imparcial, ingresos sin autorización en casas y apartamentos, intervenciones por parte de grupos parapoliciales en universidades autónomas y otros lugares públicos, insultos y amenazas de todo tipo.
 Según Provea, Foro Penal, Amnistía Internacional, entre otras, muchas de estas retenciones han carecido del debido proceso. Gonzalo Himiob, representante del Foro Penal, señala que en “casi todos los casos se incomunica a los detenidos”, sin permitirles  “tener contacto ni con sus familiares ni con sus abogados, ni siquiera cuando son menores de edad”. En su opinión “es tan grave que al principio ni siquiera los representantes de la Defensoría del Pueblo se les permitía comunicarse con los detenidos, y en el SEBIN, sencillamente, no se deja a nadie, ni siquiera representantes de instituciones públicas, comunicarse con los detenidos, bajo ninguna circunstancia"
A su vez, se ha dado un blackout informativo. Las grandes cadenas privadas nacionales han impuesto servilmente la autocensura, mientras que el canal colombiano NTN24 quedó excluido de la parrilla ofrecida por los canales de cable en Venezuela.
 Todos estos casos recientes de torturas, agresiones, asesinatos, ponen, pues, en evidencia una suspensión de la legalidad y de los derechos ciudadanos. No se necesita decretar un “estado de excepción”, porque eso viene sucediendo en Venezuela desde que Chávez llegara al poder. No voy a señalar en estos momentos la manera como fue poco a poco controlando el poder judicial, el congreso y los medios, porque me alejaría del tema tratado, pero no hay que obviar que su estrategia de toma del poder se dio a través del populismo clientelar, socavando poco a poco la autonomía institucional en un ejercicio doble, en una perversa economía de distribución de roles y asignaciones: a la vez que fue reivindicando ciertos derechos sociales a gran parte de la población con menos recursos, asignándoles una “ciudadanía” con una constitución que reivindicaba muchos derechos humanos, fue quitándole a otros derechos individuales y sociales importantes.
El caso hasta el momento quizás más dramático, y visible, sea el de Juan Manuel Carrasco, quien se atrevió públicamente a denunciar su caso pues no ha sido el único. Este estudiante de tan sólo 21 años fue sacado a perdigonazos de un carro (que luego sería incendiado por los mismos guardias nacionales), fue recibido con golpes, patadas, cachazos con el fusil y el casco por todos lados y en un momento inesperado, pensando que se había desmayado, le metieron una bayoneta en el ano. En el Comando de la Guardia Nacional siguieron los golpes, y hasta jugaron fútbol con sus cuerpos pateándolos por todas partes. En otro momento desnudaron a Juan Manuel y lo violaron vía anal frente a sus otros compañeros con un fusil automático. Todavía recuerda las palabras que le decían sus verdugos anónimos: “Tranquilo, que te vamos a matar. Esto es rapidito. Ustedes no son nadie”.
El móvil de la mayorías de las torturas no era sacar ninguna información, aunque hubo algunas en que eso sí sucedió claramente. Por lo visto lo importante aquí era sobre todo la intimidación, el doblegar la conciencia de los jóvenes, el castigarlos por sus “pecados” en una suerte de “bullying político”, como diría Thomas Straka, al estilo de las “brigadas de respuesta rápida” en Cuba, o del grupo paramilitar Magyar Gárda Mozgalom de Hungría, o quizás a los temibles Tonton Macoutes de Duvalier en Haití.
Gonzalo Himiob recientemente evidenció algunos “lineamientos bien precisos” en la actuación del régimen con el propósito de generar dos efectos: el primero de ellos es crear una “narrativa oficial” distinta a la que indican los hechos, buscando criminalizar a las víctimas y heroizar (y victimizar) a los verdugos, y el segundo de ellos es “generar mucho miedo". Las pautas que ve en este proceder indican que, por un lado, es recurrente la activación de “mecanismos policiales y militares” cada vez que hay una protesta, y, por otro lado, (y esto es muy importante) “que el grueso de las detenciones se dirige contra un grupo poblacional bien definido: el de los estudiantes” (http://www.lapatilla.com).

III
Llama profundamente la atención en el caso de las violaciones cierto ataque a la virilidad, que nos retrotrae a los tiempos de Gómez o Pérez Jiménez. Cuenta José Rafael Pocaterra cómo a Andrade Mora lo colgaron “muchas veces por los testículos en el cuartel San Carlos” para sacarle varias confesiones (Memorias de un venezolano de la decadencia, 303). “En Venezuela se cuelga a los comunistas de los testículos. Se les amarra de una soga y se les sube hasta el techo” (201), le decía el Astrólogo a Hipólita en la novela de Roberto Arlt Los lanzallamas.
Por su parte, durante la dictadura de Pérez Jiménez era frecuente torturar a los perseguidos políticos con descargas eléctricas o quemaduras de cigarrillos en los genitales.  En las memorias de José Agustín Catalá, o la novela La muerte de Honorio de Miguel Otero Silva, así como en el libro reciente de Américo Martí Ahora es cuando (2014) se cuentan esos casos.
Todo ello no es casual. Muestran una terrible tradición, muy propia de la “comunidad imaginada” venezolana.
Beatriz González Stephan en “Héroes nacionales, Estado viril, y sensibilidades homoeróticas” habla del vínculo del republicanismo venezolano, y latinoamericano, con la escenificación de identidades masculinas. “El sujeto letrado ha elegido dentro de su imaginación creadora el espacio de la guerra (…) como el territorio idóneo para el establecimiento de una comunidad (…) enteramente integrada por hombres” (97).
En las torturas antes mencionadas hay una profunda desvirilización de los sujetos castigados, una necesidad de someter su hombría, de despojarla, de rebajar el ciudadano a una pérdida de identidad sexual que busca penetrar la autonomía de su cuerpo desde un órgano tan reminiscente de fragilidades como el ano. “El cuerpo es material. Es denso. Es impenetrable. Si se lo penetra, se lo disloca, se lo agujerea, se lo desgarra”, recuerda Jean-Luc Nancy.
El carácter homofóbico del chavismo reproduce esta ciudadanía sexualizada de la que habla Beatriz González Stephan desde su negación. Los actos de tortura que han perpetrado, como el que denuncia valientemente Carrasco, restituyen la ideología paternalista y machista de esa tradición republicana viril, militarista, al quitársela a otros. La simbología es clara y terrible: un militar anónimo que “viola” con su fusil (un símbolo fálico) a un estudiante; no en balde al final de la película Pelo Malo de Mariana Rondón aparece Junior con el pelo corto, negándose a cantar el himno nacional. Se trata de una “lección” de una autoridad distinta al de su padre o maestro, una lección del Estado militarista actual.

IV
Dicho lo anterior, quisiera moverme ahora en un plano más abstracto para pensar mejor las implicaciones de estos actos. Torturar, a fin de cuentas, es una de las formas más radicales de negación del “otro”.
Por otredad me refiero precisamente a esa alteridad que representa alguien que es distinto a uno por apariencia, por ideología, por creencia o razón social. Bien decía Levinas que éste no es domesticable; no es un compañero con quien podemos llegar a acuerdos, alguien que apareció y se moldeó a nosotros.
 El “otro” se manifiesta, por el contrario, encarnando una extrañeza irreductible, como alguien radicalmente diferente a uno que nos interpela y nos cuestiona desde su presencia misma.
No es fácil sin duda aceptar ese encuentro, porque va más allá del principio de la tolerancia que busca, desde el consenso, reducir las diferencias. Pienso por ejemplo en la terrible experiencia de desencuentro que tuvieron los conquistadores con los indígenas, que no pudieron resolver sino con la violencia y la imposición.
La tortura es, por lo tanto, un modo de eliminar la diferencia, de someter lo que no queremos aceptar, lo que nos molesta, nos da asco y odio. Busca deshumanizar al “otro”. Atacarlo desde el cuerpo, desmoralizarlo con el sufrimiento. Al final, lo que hace es denigrarlo, romper su vínculo personal con sus órganos y su integridad física. No en balde el gran Quijote en el episodio de los galeotes se horrorizaba con los tratos a los que sometían a los presos “porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres” (213).
Eso es lo que viene sucediendo actualmente en Venezuela; los estudiantes representan una otredad que quieren negar con el dolor. Pero esta forma de exclusión personal de la tortura tiene una dimensión institucional que quisiera comentar, pues es la única manera de entender cómo una de las constituciones más completas en cuanto a derechos humanos se refiere y con un gobierno que se declara “humanista”, ha terminado promoviendo actos como los que vienen sucediendo en estas semanas en el país.

V
Como dije antes, no deja de ser paradójico cómo ese medio de violencia tan terrible siempre ha estado vinculado con el testimonio y sobre todo la misma verdad. En la Grecia de la antigüedad se le aplicaba a esclavos y extranjeros, nunca a los ciudadanos libres, con el propósito de asegurarse la validez de su confesión. Sólo los que gozaban de los derechos de ciudadanía poseían credibilidad y confianza.
Page DuBois en Torture and Truth muestra cómo las fronteras entre el ciudadano y el esclavo eran muy endebles, y la tortura sirvió como marca para definir claramente la identidad del segundo. “La hipótesis de DuBois es que el establecimiento del cuerpo del esclavo como cuerpo que puede ser torturado (y que será necesariamente veraz al someterlo a tortura) fue clave en la constitución misma del concepto de alethēia”, explica I. Avelar (http://www.philosophia.cl).Más allá de las consecuencias que genera pensar el vínculo entre confianza y ciudadanía, es curioso ver cómo el ciudadano era aquel que no sufría tortura, instaurando desde el centro mismo del derecho un punto ciego: la justificación del dolor de los apátridas.
Esto es terriblem, si vemos con cuidado, porque implica que para que la categoría de ciudadanía se hiciese visible, necesitó compararse a otra que no lo fuese desde el castigo corporal. Torturar marcaba entonces una previa pérdida de derechos del sujeto sufriente y, en consecuencia, un proceso de “deshumanización” que era justificado por el poder para delimitar y visibilizar mejor sus dominios ciudadanos.
Ahora, ¿por qué me interesa este antecedente? Primero, porque sirve para pensar el problema de la tortura saliendo de la zona binaria que sitúa la responsabilidad entre una exterioridad malévola (barbarie) frente un interioridad buena (civilización); bien lo muestra Coetzee en Esperando a los bárbaros en el que el “imperio” termina torturando a unos supuestos enemigos quienes no eran más que tribus nómadas. Segundo, porque nos sitúa en un plano más complejo para entender que nuestros usos de la ley sirven en cuanto son siempre movibles y cambiantes en la “polis”, sometidos a discusiones entre muchos actores que tienen la potestad de hacer visible sus negaciones, contradicciones y regiones oscuras, porque de lo contrario se estaría creando las condiciones para un cambio de régimen ya no democrático, sino tiránico. Y tercero, porque todo individuo y comunidad no está inmune al dilema de la negación de la otredad, como pasa ahora con un supuesto gobierno “humanista” que tortura a estudiantes inocentes sólo por pensar distinto; al no aceptar la dimensión aporética de la ciudadanía, estamos potencialmente justificando futuras operaciones de negación del “otro”
 El primer paso al reconocimiento no sólo es entender que nosotros mismos tenemos una región radicalmente distinta que proyectamos fóbicamente en otras personas, sino que las sociedades mismas dentro de su tejido institucional invisibilizan sujetos que por ello están expuestos a futuras violencias; para evitarlo, éstas requieren siempre del cambio y la discusión; sólo así ejercitamos lo que Derrida sugiere en una cita: “el diálogo con el otro, el respeto a la singularidad y la alteridad del otro lo que me empuja, siempre de una forma continua e inadecuada, a intentar ser justo con el otro (o conmigo mismo como otro)”.
El torturado, como cualquier otra víctima despojada de derechos, muestra el carácter aporético de la idea de ciudadanía que nos viene desde los griegos. Entender esta “zona ciega”, ese lugar oscuro o negado por le poder, como un problema ético para hacer comunidad es importante: desde ese ejercicio es que se puede fomentar una verdadera conciencia ciudadana, entendiendo ésta no como algo fijo y formal, sino como un trabajo de consciencia individual y colectiva en constante movimiento autocrítico.

IV
Pero los hechos son los hechos. Lamentablemente la lección que se imparte en la “clase” revolucionaria en estos días de represión es otra, que duele todavía aceptar. Su humanismo latinoamericanista y trascendental, poco crítico y menos aún autocrítico, los pone en una posición de seguridad que hace ver a todo disidente como peligroso desertor, generando terribles consecuencias por lo que hemos visto “We were a family. How'd it break up and come apart, so that now we're turned against each other? Each standing in the other's light. How'd we lose that good that was given us?”, dice una voz en off en The Thin Red Line del cineasta Terrence Malick mientras las imágenes van mostrando cómo los soldados norteamericanos, llenos de miedo y furia, van masacrando a sus enemigos japoneses.
La lección de estos meses es, en definitiva, la del dolor. Y lo que se aprende de éste no es sino el odio, lugar en el que sólo se “habita” desde la negación y el desamparo, lugar en el que el reconocido escritor y pensador, víctima del nazismo, Jean Améry, descubre que la "ignominia de la destrucción no se puede cancelar". Ese es el no-lugar por excelencia, la negación y pérdida del “hogar”.


Bibliografía

Améry, Jean. Más allá de la culpa y la expiación. Editorial Pre-Textos, 2002.
Avelar, Idelber. La práctica de la tortura y la historia de la verdad. Escuela de Filosofía
Universidad ARCIS http://www.philosophia.cl/articulos/ antiguos0102/la%20practica%
20de%20la%20tortura%20y%20la%20historia%20de%20la%20verdad.PDF.
Cervantes. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Madrid: Cátedra, 1984.
González Stefan, Beatriz. “Héroes nacionales, Estado viril, y sensibilidades homoeróticas”.
Revista Estudio. Caracas: 1998 (83-122).
Himiob, Gonzalo. Los patrones. La patilla. 31 Marzo 2014.
http://www.lapatilla.com/site/
2014/03/31/gonzalo-himiob-santome-los-patrones/
Nancy, Jean-Luc. 58 Indicios sobre el cuerpo. Buenos Aires: Edit. La Cebra, 2007.
Prosorov, Sergei. http://paperroom.ipsa.org/papers/paper_10571.pdf
Merleau-Ponty, M. Lo visible y lo invisible. Barcelona: Seix Barral, 1970.
Pocaterra, José Rafael. Memorias de un venezolano de la decadencia. Bogotá: Talleres de
Ediciones Colombia, 1927.
Informe de la Asamblea General de la ONU. Sobre la Tortura. http://www.un.org
/documents/ga/res/3