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"Es la mundanidad humana la que salvará a los hombres de los peligros de la naturaleza del hombre"
Hannah Arendt

23 diciembre, 2014

Gambito Obama, o los acuerdos con La Habana

Miguel Ángel Martínez Meucci

A finales del 2014, la administración Obama ha materializado lo que podría interpretarse como el primer paso visible hacia una nueva etapa de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Luego de más de 5 décadas marcadas por la lógica de la Guerra Fría, la confrontación y el embargo comercial, el actual presidente estadounidense ha decidido apostar radicalmente por el desarrollo de una nueva política hacia Cuba. No cabe duda de que se trata de un gran paso en la historia de las relaciones entre ambos países, aunque todavía no sepamos muy bien hacia dónde las conducirá. Por lo pronto, trataremos aquí de ofrecer algunos elementos de juicio para sopesar el eventual acierto o error de esta audaz apuesta política del presidente Obama, que bien podría interpretarse como un verdadero gambito para destrabar una posición históricamente trancada.

Lo primero que cabría analizar para hacer un primer balance de esta decisión (que sobreviene como fruto de 18 meses de conversaciones secretas, facilitadas por el gobierno de Canadá) es la situación en que se produce. Probablemente, el elemento más importante sea la sostenida caída de los precios del petróleo, la cual viene golpeando severamente al chavismo, principal socio y aliado del castrismo. El abaratamiento del crudo es el principal acelerador (aunque no sea, ni remotamente, la única causa) de la debacle económica en Venezuela, la cual a su vez constituye un grave factor de inestabilidad para la “Revolución Bolivariana” y sus socios regionales.

Tal circunstancia incrementa exponencialmente la gravedad del principal factor de inestabilidad que viene experimentando el oficialismo venezolano durante los últimos años: el fallecimiento de Hugo Chávez y las consiguientes luchas intestinas del chavismo por el control del Estado “revolucionario y socialista”. La inestabilidad ya crónica del gobierno de Nicolás Maduro, así como su cada vez menor solvencia financiera, representan un duro golpe para toda una serie de actores regionales que se acostumbraron a contar con el inestimable apoyo económico y/o logístico del chavismo.

Dicho apoyo llegó a ser tan importante que el eje La Habana-Caracas logró influir notablemente en la política hemisférica, al punto de obtener resultados relevantes en su particular cruzada contra la OEA, la Carta Democrática Interamericana, la CIDH y los esquemas liberales de integración comercial (CAN, MERCOSUR, G3). En su lugar, la última década observó el advenimiento de diversos gobiernos de la llamada “nueva izquierda latinoamericana” (siempre con la simpatía y apoyo del chavismo) y la creación de esquemas como ALBA, UNASUR y CELAC, todos ellos caracterizados por su particular desconfianza hacia los EEUU y su evidente respaldo a Cuba.

La administración Obama entendió que tenía la batalla poco menos que perdida en este nuevo contexto, y que no tenía nada que ganar jugando bajo el tipo de juego diplomático que fueron impulsando Chávez, Lula y compañía. En consecuencia, su apuesta se ha venido dirigiendo hacia el intento (más o menos intuitivo) de implantar nuevas reglas del juego en su actitud hacia la región, a través de una política sistemática de promoción del diálogo y de evasión de la confrontación hábilmente impulsada por Caracas y desde La Habana. En el entendido de que la atrevida actitud de los "revolucionarios" cubanos y venezolanos se ha sustentado en su uso geopolítico del petróleo, el impulso de nuevas tecnologías de extracción de crudo en el territorio de los Estados Unidos ha sido parte importante de esta nueva visión, o del intento de dar con ella.

En tal sentido, cabe resaltar que las negociaciones entre Obama y La Habana se habrían iniciado en un momento crítico para el eje La Habana-Caracas, con la muerte de Chávez y en medio de la polémica llegada de Maduro a la presidencia de Venezuela. Asimismo, dichas negociaciones han ido discurriendo de forma paralela al proceso de diálogo en Colombia, el cual se desarrolla, precisamente, en la capital cubana (¿es una casualidad que la tregua unilateral indefinida decretada por las FARC llegue el mismo día que se anuncia el acuerdo Obama-Castro?). Cabe imaginarse entonces un proceso de diálogos múltiples y entrecruzados, orientado a la realización de ciertos ajustes de un orden regional que el castrochavismo impulsó en una dirección mientras contaron con altos precios del petróleo, pero que se hace difícilmente sostenible con la caída de los mismos y en ausencia de Chávez. En otras palabras, en la medida que la “Revolución Bolivariana” se fractura y debilita, la posición negociadora del castrismo (y de sus socias las FARC) también tiende a resentirse.

Para cerrar este breve cuadro, conviene señalar que Obama se enfrenta ahora, y por los dos años que le restan a su legislatura, a un hostil congreso de mayoría republicana. En tal situación, las posibilidades de que la próxima elección presidencial en los Estados Unidos sea ganada por el Partido Demócrata probablemente pasan por la capacidad del presidente actual de desplegar toda su energía para anotarse grandes y sonadas victorias políticas. Así las cosas, imprimir un giro radical a la política que su nación ha venido desarrollando históricamente hacia al régimen castrista podría muy bien ser una apuesta de gran interés, especialmente si esa política tradicional no viene rindiendo grandes resultados y si el hecho de cambiarla implica más bien poco que perder en términos relativos.

Todo parece indicar que tanto Obama como Santos están pensando en la VII Cumbre de las Américas, que se desarrollará el 10-11 abril del 2015 en Ciudad de Panamá, como un escenario de gran importancia para realzar el balance de sus respectivos mandatos. Para Obama, será un momento crucial para demostrar que los Estados Unidos no han perdido terreno en la política hemisférica (recordemos que desde la cumbre anterior, en Cartagena 2012, Cuba fue invitada a participar en Panamá, en un gesto que "aisló" a los EEUU), mientras que para Santos sería esencial poder mostrar resultados prácticamente definitivos con respecto a “su” proceso de paz con las FARC. Mientras que Obama aún debe justificar su Premio Nobel de la Paz, Santos está buscando el suyo.

Está claro que reabrir las relaciones diplomáticas con La Habana es una medida relativamente poco costosa para Obama. Aunque seguramente le hará perder muchos votos en Florida, no parece (en principio) que le vaya a reportar otras pérdidas importantes en el resto del país. Por otro lado, significa el abandono, desde la presidencia de los EEUU, de una medida (el embargo) que no estaba brindando grandes resultados, y el traslado de su entera responsabilidad al Congreso de mayoría republicana. Obama tendrá ahora algo que mostrar ante los presidentes latinoamericanos (que tan celosos se han mostrado en definitiva a la hora de defender al régimen castrista), abriendo (quizás) las posibilidades para un diálogo regional más franco y fructífero. Pero sobre todo, Obama tendrá también la oportunidad de hacer ver a los republicanos como una fuerza política opuesta a la paz, empeñada en mantener a los Estados Unidos en perpetuo conflicto.

Sin embargo, la medida no está exenta de costos, para el propio Obama y para los Estados Unidos en general. Con el giro desarrollado hacia Cuba por parte de su presidencia, Washington quizás esté dando un paso atrás en la defensa de la Carta Democrática, el documento que desde 2001 se constituyó en verdadera hoja de ruta para la consolidación de la democracia en el hemisferio y la columna vertebral de la doctrina estadounidense hacia América Latina en la post-Guerra Fría. Igualmente, la medida parece abrir las puertas para la discusión de un posible futuro reingreso de Cuba a la OEA. Expresamente se apuesta por establecer relaciones similares a las que se han venido desarrollando con Vietnam y con China, en donde los temas de la democracia y los derechos humanos han cedido su lugar al comercio y el reconocimiento mutuo, y en donde la apertura comercial ha fortalecido en vez de debilitar a los regímenes autocráticos de turno. En cierto sentido, Obama sacrifica el ideal de la democracia por el de la paz, quizás en el entendido de que un progresivo fortalecimiento de los lazos comerciales y turísticos redundará, eventualmente, en la facilitación de una transición a la democracia. De momento, la fórmula no ha surtido efecto en países como China o Vietnam, pero nada quita que pueda hacerlo en algún momento futuro.

En definitiva, con las medidas anunciadas, ¿quién se beneficia más de los acuerdos recientemente alcanzados? ¿Es posible afirmar que alguna de las partes “se salió con la suya”? Aún es pronto para saberlo con propiedad. Por lo pronto, está claro que, con estos acuerdos, Cuba obtiene mucho cediendo muy poco (apenas la liberación de varios presos políticos y la supresión de algunos controles al Internet en la isla), mientras que los Estados Unidos quizás estén perdiendo la oportunidad de exigir algo más al castrismo, precisamente en el momento en que podrían haber apretado mucho más. Para el régimen cubano, el acuerdo no sólo abre las puertas a considerables ingresos (tremendamente necesarios ante la creciente precariedad de la situación venezolana) y a una disminución de las tensiones políticas internas, sino que le permite obtener un reconocimiento diplomático siempre anhelado en momentos críticos, precisamente en el momento en que peor se vislumbraba su futuro.

Podemos concluir señalando que, en el corto plazo, el régimen castrista ha dado un paso enorme en su propósito de ser plenamente aceptado en el hemisferio, a pesar de su condición de autocracia. En cambio, se requerirá más tiempo para comprobar si la reapertura de las relaciones diplomáticas a costa de dejar de exigir democracia (o el gambito que decidió jugarse Obama) ha sido verdaderamente lo que la historia pudiera recordar como el primer paso firme hacia la democratización de la isla (y, quizás, de algunos de sus socios en el continente), o si, por el contrario, fue un paso más en lo que parece ser ya una tendencia general a nivel mundial en los albores del siglo XXI: la merma progresiva de unos mínimos estándares democráticos como referencia obligante en la política internacional.